El mito de que el alcohol mata directamente las neuronas es ampliamente difundido, pero no es completamente cierto. Según estudios científicos, el consumo moderado de alcohol no provoca la muerte inmediata de las neuronas, pero el consumo excesivo y prolongado sí puede generar daños significativos en el cerebro. Estos daños incluyen alteraciones en la comunicación neuronal, pérdida de volumen cerebral y deficiencias cognitivas, especialmente en personas alcohólicas crónicas.
El alcohol afecta principalmente a las dendritas, estructuras de las neuronas responsables de recibir señales, y puede alterar el equilibrio de neurotransmisores en el cerebro. Estos cambios no necesariamente destruyen las neuronas, pero dificultan su función y comunicación.
En casos extremos, el consumo prolongado puede llevar a condiciones como el síndrome de Wernicke-Korsakoff, relacionado con la deficiencia de tiamina y caracterizado por pérdida neuronal en ciertas áreas cerebrales.
Es importante señalar que el cerebro tiene cierta capacidad de recuperación, conocida como neuroplasticidad, especialmente si se reduce o elimina el consumo de alcohol. Sin embargo, el daño puede ser irreversible si el abuso persiste.
Por lo tanto, aunque el alcohol no “quema” las neuronas de manera directa como se cree, tiene un impacto negativo significativo en el cerebro, particularmente en consumos crónicos o en etapas de desarrollo como la adolescencia.