Vestir de blanco en las celebraciones de Año Nuevo es una costumbre arraigada en diversas culturas, especialmente en América Latina. Esta práctica tiene un origen sincrético que mezcla influencias africanas, indígenas y europeas, y su significado está relacionado con la pureza, la paz y la renovación espiritual para el inicio de un nuevo ciclo.
El hábito de usar blanco se popularizó en Brasil gracias a la influencia de la religión candomblé, una práctica afrobrasileña con raíces en África Occidental. En esta tradición, el blanco es un color sagrado asociado a Oxalá, una deidad vinculada con la paz y la creación. Durante las festividades de Año Nuevo, conocidas como Réveillon, los devotos se visten de blanco como símbolo de pureza y ofrecen flores y velas al mar en honor a Iemanjá, diosa del océano, para pedir bendiciones y prosperidad en el año que comienza.
Con el tiempo, esta costumbre trascendió las fronteras religiosas y se convirtió en una tradición nacional en Brasil, extendiéndose a otros países de la región y del mundo. La práctica también se mezcla con creencias occidentales, donde el blanco simboliza nuevos comienzos y la limpieza de malas energías.
En lugares como Paraguay, Argentina y Uruguay, muchas personas se han sumado a esta tradición como una forma de atraer paz, armonía y buena suerte, mientras que, en otras culturas, el blanco se adopta como una manera de participar en un ritual colectivo que celebra la esperanza y el renacimiento.
Aunque su origen se vincula principalmente al candomblé, el acto de vestir de blanco en Año Nuevo se ha transformado en un símbolo universal de optimismo, mostrando cómo las tradiciones pueden evolucionar y adaptarse para unificar a las personas en torno a un mismo deseo: un futuro lleno de posibilidades.