Recordatorio: homilía del Papa en el Santuario de la Virgen de Caacupé

6 de diciembre de 2015

A dos días de la mayor celebración mariana del país y una de las más grandes de América Latina, recordamos la homilía del Papa Francisco durante su visita al Santuario de la Virgen de Caacupé en julio de 2015.

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Estar aquí con ustedes es sentirme en casa, a los pies de nuestra Madre la Virgen de los Milagros de Caacupé. 

En un santuario los hijos nos encontramos con nuestra Madre y entre nosotros recordamos que somos hermanos.

Es un lugar de fiesta, de encuentro, de familia. Venimos a presentar nuestras necesidades, venimos a agradecer, a pedir perdón y a volver a empezar (...)

Cómo no reconocer que este santuario es parte vital del pueblo paraguayo, de ustedes. Así lo sienten, así lo rezan, así lo cantan: «En tu Edén de Caacupé, es tu pueblo Virgen pura que te da su amor y fe» (...)

Y encontramos en ella una verdadera Madre que nos ayuda a mantener viva la fe y la esperanza en medio de situaciones complicadas (...)  Contemplamos su vida, y nos sentimos comprendidos, entendidos. Podemos sentarnos a rezar y usar un lenguaje común frente a un sinfín de situaciones que vivimos a diario. Nos podemos identificar en muchas situaciones de su vida. Contarle de nuestras realidades porque ella las comprende.

Ella es la mujer de fe, es la Madre de la Iglesia, ella creyó. Su vida, es testimonio de que Dios no defrauda, que Dios no abandona a su Pueblo, aunque existan momentos o situaciones que parecen que Él no está.

Este Santuario, guarda, atesora, la memoria de un pueblo que sabe que María es Madre y que ha estado y está al lado de sus hijos. Ha estado y está en nuestros hospitales, en nuestras escuelas, en nuestras casas. Ha estado y está en nuestros trabajos y en nuestros caminos. Ha estado y está en las mesas de cada hogar. Ha estado y está en la formación de la Patria, haciéndonos Nación. Siempre con una presencia discreta y silenciosa. En la mirada de una imagen, una estampita o una medalla. Bajo el signo del rosario, sabemos que no vamos solos, que Ella nos acompaña.

Y ustedes lo saben, han hecho experiencia de esto que estamos compartiendo. Todos ustedes, todos los paraguayos tienen la memoria viva de un Pueblo que ha hecho carne estas palabras del Evangelio.

Y quisiera referirme de modo especial a ustedes mujeres y madres paraguayas, que con gran valor y abnegación, han sabido levantar un País derrotado, hundido, sumergido por una guerra inicua. Ustedes tienen la memoria, ustedes tienen la genética de aquellas que reconstruyeron la vida, la fe, la dignidad de su Pueblo. Junto a María, han vivido situaciones muy pero muy difíciles, que desde una lógica común sería contraria a toda fe. Ustedes al contrario, impulsadas y sostenidas por la Virgen, siguieron creyentes, inclusive «esperando contra toda esperanza».

Y cuando todo parecía derrumbarse, junto a María se decían: No temamos, el Señor está con nosotras, está con nuestro Pueblo, con nuestras familias, hagamos lo que Él nos diga. Y allí encontraron ayer y encuentran hoy la fuerza para no dejar que esta tierra se desmadre. Dios bendiga ese tesón, Dios bendiga y aliente la fe de ustedes, Dios bendiga a la mujer paraguaya, la más gloriosa de América.

Como Pueblo, hemos venido a nuestra casa, a la casa de la Patria paraguaya, a escuchar una vez más, esas palabras que tanto bien nos hacen: «Alégrate, el Señor está contigo». Es un llamado a no perder la memoria, a no perder las raíces, los muchos testimonios que han recibido de pueblo creyente y jugado por sus luchas. Una fe que se ha hecho vida, una vida que se ha hecho esperanza y una esperanza que las lleva a primerear en la caridad.

Sí, al igual que Jesús, sigan primereando en el amor. Sean ustedes los portadores de esta fe, de esta vida, de esta esperanza. Ustedes Paraguayos sean forjadores de este hoy y mañana. 

Volviendo a mirar la imagen de María los invito a decir juntos: «en tu Edén de Caacupé, es tu pueblo Virgen pura que te da su amor y fe». Todos juntos (repiten la frase) Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar las promesas y gracias de nuestro Señor Jesucristo. 

Amén.

 

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