No fue el primer "coche bomba"

25 de octubre de 2018

En la intervención de ayer, en Presidente Franco, entre los objetos incautados lo más llamativo fue el hallazgo de un «coche bomba» , que hasta entonces se creía era el primero en nuestra historia.

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Sin embargo, intelectuales contemporáneos ya habían inmortalizado una historia similar con un "coche bomba". En el año 1974 un vehículo tipo Kombi de la marca volswagen ya había cumplido la función de coche bomba, que tuvo como objetivo asesinar al exdictador Alfredo Stroessner. 

 

 

Un Congreso con más de 100 participantes individuales –provenientes del Paraguay y de varias ciudades argentinas, de diferentes signos partidarios e ideológicos- realizado en la localidad de El Dorado, Misiones,  Argentina, expresaba su voluntad para que se ejecute un programa que contribuyera a la caída de la dictadura. También delegó las acciones a un equipo político militar, que fue tomando decisiones operativas pero a partir del objetivo resuelto por el Congreso: atentar contra la vida de dictador para que su aniquilación física abra grietas en la estructura del régimen y posibilite cambios políticos. Este era el mandato.

Con una estructura compuesta de personas compartimentadas, incomunicadas, con funciones muy específicas, el EPR comenzaba a operar en los últimos meses de 1972.  Las células aisladas serían operativamente articuladas por una dirección que estaría en Posadas, la que recayó en Piris Damota y Goiburu.  Todos usaban seudónimos. Pocos se conocían entre sí. Esta estructura pretendía evitar que un miembro descubierto y detenido por el régimen informara sobre los demás miembros y acerca de las operaciones que ejecutaba la organización. Y funcionó: el EPR operó su plan de atentado durante más de un año en las mismas narices del dictador, en Asunción, sin que su sistema de seguridad obtuviera una sola información de aquel plan. Sin embargo, la policía logró vulnerar la organización en noviembre de 1974 a raíz del ingenuo error cometido por uno de sus miembros.

Para junio del ‘74, Amilcar Oviedo, Tato Ramírez Villalba, Carlos Mancuello y Benjamin Ramírez Villalba ( Wagner había regresado antes) -el denominado grupo de La Plata- habían retornado al país para integrarse a la ejecución del plan de atentado. Todos habían recibido la orden de abandonar sus estudios en la Universidad de la Plata, Argentina, y regresar al Paraguay para luchar desde dentro  contra la dictadura. Pero antes que estos llegaran,  la otra célula del EPR que hacía más de un año se había radicado en el país y trabajaba sigilosamente en el plan,  ya había ejecutado los atentados fallidos contra Stroessner.

Por aquel 1971, el trajín en el Sanatorio Misiones, en Posadas, era siempre intenso y  estaba lleno de paraguayos.  Aquí trabajaba el doctor Agustín Goiburu, traumatólogo, miembro del Mopoco; hombre sagaz, fue secuestrado y encarcelado en 1969 por el régimen, pero protagonizó una increíble fuga del calabozo de la Comisaria Séptima de Asunción en 1971. Temerario, tras su exilio, Goiburu  había entrado clandestinamente en varias ocasiones al país, aún sabiendo que si lo descubrían sería liquidado.  Fue un decidió adversario político de Stroessner. Fue con Piris Damota el ideólogo y director del plan de atentado.

Goiburu había tomado rápidamente contacto con Piris Damota, como resultado de la telaraña de contactos que este tejió con opositores colorados, liberales, febreristas y comunistas a la dictadura exiliados en Argentina. Ambos coincidieron gratamente en que no estaban dadas las condiciones  para una guerra popular prolongada que derrotara al régimen. Paraguay no era ni Cuba ni Argentina, y el régimen, pensaban,  entraba en su más sólida etapa de legitimación y control en los años ‘70. Había que liquidar al Rubio, luego podría debilitarse la estructura dictatorial. Piris Damota afirma que “fue Goiburu el de la idea de la bomba a control remoto”. Acordado el método de eliminación del dictador, echaron a rodar el plan con los otros capitanes del EPR.

Tres años después, a inicios de 1974, el médico colorado se puso en campaña para conseguir los explosivos y el dispositivo de control remoto para detonarlos.  Unos meses después, tenía en su poder 20 kilos de trinitrotolueno (TNT o dinamita) en forma de panes. Este explosivo solo estalla si el detonador  dispara los 3.000 grados de temperatura en una fracción de segundo, no menos.  Aquella cantidad de dinamita, usada comúnmente para explotar montañas y abrir caminos, era  suficiente como para hacer volar toda una cuadra de 100 metros cuadrados de viviendas.  Por esta razón, en el atentado usarían solo 10 kilos de dinamita de aquellos 20. El trasmisor del dispositivo de control remoto era un aparato no más grande que una radio portatil, con una palanca vertical y otra horizontal. Requería  de cuatro pilas de 1,5 volts para funcionar. El receptor era transistorizado y en circuito impreso. Tenía una pequeña antena.  Debía estar conectado eléctricamente a garrafas de gas abiertas, con las dinamitas encima de ellas. En espacios con edificios tiene un radio de control de 200 a 300 metros.   El cargamento de dinamita y el dispositivo de control estaban listos para ser enviados a Asunción.

El pescador complotado

Roberto Martínez, un viejo pescador de las aguas del río Paraguay, remaba en su canoa de Clorinda hacia el Puerto Ita Enramada. En su bote iban las cajas de madera que contienen los panes de dinamita. Martínez sabía lo que llevaba. Goiburu lo había convencido de que complotara en el plan. En el preciso lugar del río convenido, ancló su lancha y esperó. “Allí me quedé más de una hora, hasta que ví la señal convenida. Tenían que ser cinco pescadores que tiraban fondeo en la costa. Cinco pescadores, pero solo dos liñadas. Arranqué mi lancha y me acerqué. Me preguntaron si yo era Beto (su seudónimo). Eran las seis o siete de la noche…”, relata Martínez. Ya cerca de la costa, divisa a una mujer. Era Gilberta Verdún, con otros miembros de la organización. Estos descargaron la canoa y llevaron en hombros las cajas de madera a una camioneta, que las transportaría a la casa de Gilberta, en Villa Elisa, un municipio aledaño a Asunción. Semanas después, el aparato de control remoto llegaba a Asunción de la mano de Estanislao Mujica, un hombre de confianza de Goiburu.

Alias Camarada La vieja (Gilberta Verdún) era una mujer dura y acérrima opositora al régimen. Gilberta  había jurado hacer justicia por el asesinato de su marido, el teniente Blas Ignacio Talavera -miembro del movimiento guerrillero 14 de Mayo- y la liberación de su pueblo. Talavera, mal herido, fue detenido en 1961 con Gilberta, quien presenció cómo los esbirros del régimen degollaron a su esposo. Fue recluida en Investigaciones y sometida a cruentas torturas. En 1968 la dejaron libre. Pero tres años después, se volvía a integrar, resuelta, a la rebelión contra la dictadura. Con este legajo, incluyendo su fuerte adicción al alcohol, se sumó en primera línea al equipo de Asunción en la ejecución del atentado. La vieja realizó varias tareas importantes, entre ellas la de vestir un delantal blanco y colocarse con su canasto atiborrado de chipas en la Plaza Uruguaya, para observar  el movimiento y relevar información de la zona donde se ajusticiaría al dictador.

El grupo de Asunción venía operando hacía meses. Piris Damota recuerda el seguimiento que él, Tomas González Díaz y Antonio Lezcano (alias Tony) realizaban al trayecto diario que Stroessner recorría en el automóvil presidencial, escoltado por un camión repleto de efectivos militares. Alrededor de cuatro meses antes de las fechas en las que se intentó el atentado se relevaron horas, velocidades, arterias de recorrido, presencia de transeúntes, lugares de salida y de destino del vehículo, con el fin de definir el lugar, la hora y la forma en que se detonaría la bomba. “Aquello fue una rutina dura y trabajosa. Fueron meses de seguimiento…”, rememora.

Finalmente, el equipo de operación definió el lugar: en la esquina de las calles Eligio Ayala y Antequera, a menos de cien metros de la Estación del Ferrocarril, se estacionaría la camioneta Volskwagen tipo Kombi cargado con garrafas de gas abiertas y los 10 kilos de dinamita conectados eléctricamente al receptor del control remoto. Por ese pasaje pasaba dos o tres veces a la semana el vehículo marca Lincoln Continental negro en el que iba Stroessner. Una estrecha adyacencia casi siempre sin transeúntes en la que el vehículo reducía su velocidad. Desde una distancia aproximada de 150 metros, alguien movería las palancas de mando del trasmisor, y el vehículo presidencial volaría por los cielos.

Probablemente un día de otoño (abril) de 1974, cuatro de los miembros del EPR intentaron ejecutar el mandato del Congreso de 1972, realizado en El Dorado, Argentina. En el primer intento, Tony se paró en las cercanías de la iglesia San Roque, sobre Eligio Ayala, con el aparato de control remoto en la mano a la espera de que pase el cortejo presidencial proveniente de Mburuvicha róga  hacia el Palacio de Gobierno. Todos estaban en sus puestos: Gilberta miraba ansiosa desde la Plaza Uruguaya hacia aquella esquina mientras simulaba la venta de las chipas; lo mismo hacía Tomas González Díaz, pero desde enfrente del Ferrocarril. El que no había llegado manejando la Kombi con la dinamita para estacionarla en aquella esquina era Evasio Benítez.  Todos vieron con rabia y desesperación cómo el imponente Lincoln Continental pasaba a escasa velocidad por el lugar donde la muerte debía encontrar a Stroessner. Un minuto después, Evasio estacionaba la Kombi.

Días después se produjo un segundo intento. Todos se ubicaron en sus lugares. Esta vez la Kombi estaba estacionada. Tony vió venir el vehículo negro con el camión lleno de soldados escoltas, y cuando pasaba al lado de la Kombi, accionó las palancas de mando del control: nada sucedió, porque –luego lo comprobaron- las cuatro pilas del trasmisor se habían oxidado por el paso del tiempo; sin batería, el control remoto no funcionó.

Hubo un tercer intento de acabar con la vida del dictador. Esta vez la kombi fue estacionada sobre la calle Cerro Corá entre Antequera y Tacuary. Pasó una vez más el automóvil presidencial cerca de la dinamita. Tony accionó las palancas de mando. Ese día Stroessner llegó tranquilo, como siempre, a la residencia presidencial ubicada sobre la avenida Mariscal López.

En el mar de frustración del equipo, saltó una hipótesis sobre las causas de la no explosión de la bomba en el último intento. Tony y Tato eran los más preparados militarmente en el EPR. No se sabía bien si Tony participó en los combates del movimiento guerrillero 14 de Mayo, aquí en Paraguay,  o del ERP argentino, durante su estadía en el vecino país. El hecho es que había demostrado manejo de armas y coraje. Solo un detalle de su vida no manejaba: el alcohol. Su adicción era fuerte. Algunos, iracundos, lo acusaron directamente de esta supuesta irresponsabilidad.

Crónica extraída del periódico digital E´a .

 

Fuentes:

-Libro en preparación sobre la vida de Agustin Goiburu, del doctor Alfredo Boccia Paz

-Testimonio de Dimas Piris Damota. Entrevista del autor en Luque

-Testimonio de Mirtha González Díaz. Entrevista del autor en Luque

-Testimonio de Luis Alberto Wagner. Entrevista del autor en Asunción.

-Testimonio de Agripina Portillo. Entrevista del autor en Villa Elisa.

-Investigación “El Paraguay Exiliado: Memorias de Resistencia 1970-1989”. Escrita por Evelyn Wellbach.

-Memorandum del Departamento de Investigaciones sobre el EPR. Documento del Archivo del Terror.

-Declaración jurada expresada por Gladys Meilinger de Sannemann ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Caso desaparición forzosa de Agustin Goiburu, Rodolfo y Benjamin Ramírez Villalba y Carlos Mancuello.

-Libro “El Último Supremo. La crónica de Alfredo Stroessner ”, de Bernardo Nery Fariña.  

 

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