De albirrojo a compañero de Schwarzenegger

3 de enero de 2019

Un día como hoy, pero en 1935, nacía el paraguayo Florencio Amarilla Lacasa. Disputó el mundial de Suecia 58 con la selección y luego fue actor de cine producidas por Hollywood.

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Florencio Amarilla Lacasa (Coronel Bogado, Paraguay, 1935), es un hombre arraigado a Almería (España) que destacó en dos campos tan apasionantes y difíciles como el fútbol y el cine.

Como futbolista disputó con Paraguay el Mundial de Suecia 58, en el que consiguió dos goles, y que le sirvió como escaparate para jugar en la Primera División Española en el Real Oviedo y en el Elche. En la temporada 67-68 fichó por el C.D. Almería, donde se retiró y estableció definitivamente su residencia. Más tarde comenzó una intensa carrera como entrenador que le ha llevado a dirigir a los principales clubes de la provincia.

Arrancó con la cinta "100 rifles" (1968) protagonizada por Raquel Welch, Jim Brown y Burt Reynolds.

Allí iniciaba su carrera como el extra fijo de los rodajes que llegaban a la Península Ibérica. Por su poderío físico, destreza montando a caballo y su vistosa presencia, que le ayudaba a aguantar los primeros planos como si se hubiese formado de actor secundario, no paraba de firmar contratos: estuvo en cintas como El Cóndor (1970), con Lee Van Cleef, o El Oro de Nadie (1971), donde le roba planos al mismísimo Yul Brynner.

Suyos eran los roles indígenas en películas como Red Sun; Caballo salvaje; Chato el Apache; Orgullo de Estirpe. En 1970 trabajó en la ganadora del Oscar a la mejor película Patton de Franklin Schaffner, y Conan El Bárbaro (1982), protagonizada por Arnold Schwarzenegger. Compartió camerinos con figuras del calibre de Charles Bronson, Alain Delón, Toshiro Mifune y Ursula Andress.

La vida de Florencio se apagó un sábado 25 de agosto de 2012 a la edad de 77 años en Vélez Rubio, provincia de Almería.

Este exitoso paraguayo superó barreras que parecían infranqueables teniendo en cuenta los estereotipos de la época. Cumplió sus sueños y aquellas metas que parecían imposibles para un pueblerino. En una suerte de broma del destino, su único pendiente fue el retornar a su tierra.

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