27 de agosto de 2019
Llena de sufrimientos y dificultades, su perseverancia en la fe y en la oración hicieron posible la conversión de su hijo, San Agustín, quien llegó a ser Obispo de Hipona y cuya transformación espiritual, costó muchas lágrimas y oraciones de su madre.
Siendo joven y por un arreglo de sus padres, se casó con Patricio, un hombre mujeriego y de muy mal genio. Tuvieron 3 hijos, el mayor de ellos los hizo sufrir por décadas.
Algunas mujeres le preguntaron por qué su marido nunca la golpeaba, entonces les dijo: "Es que, cuando mi esposo está de mal genio, yo me esfuerzo por estar de buen genio. Cuando él grita, yo me callo. Y como para pelear se necesitan dos y yo no acepto la pelea, pues.... no peleamos".
Gracias a que Mónica nunca dejó de rezar y ofrecer sacrificios por la conversión de su esposo, logró que se bautizara y murió como buen cristiano. Su hijo mayor se negaba a la fe, Mónica seguía rezando por él. Hasta que un día se dejó instruir en la religión y en la fiesta de Pascua de Resurrección del año 387, decidió bautizarse.
Mónica fue un auténtico modelo de madre y esposa entregada; que alimentó su fe con la oración y la enriqueció con sus virtudes. Murió en Ostia el año 387.
Fuente: Aciprensa.