Las manos que peinan a la virgen de Caacupé

30 de noviembre de 2014

Wilma Dolly Ferreira tiene 82 años y es la mujer que le hace el cabello a la Virgen de Caacupé desde 1968. La imagen de la Virgen de Caacupé ante la que se santiguan y piensan sus deseos dictadores, políticos y gente común, tiene historias e historias.

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Las celebraciones de la Virgen de Caacupé datan del año 1600 según coinciden varios autores, pero las peregrinaciones tales como se las conoce ahora comenzarían recién después de la Guerra Guasu según el autor José Antonio Vázquez en su obra “La virgen colorada de Caacupé”.

“Antes, su capa era bordada en Francia con hilos de oro y detalles en rubí y otras piedras preciosas”, recuerda Wilma Dolly Ferreira, conocida como Tuntun. Ella es encargada de hacerle la peluca cada año desde hace 46 años a la imagen de la Virgen de Caacupé del santuario central y a la que recorre las procesiones. “Si voy a contarte la historia, va a ser larga” dice Tuntun sentada en una de las silla de su casa antigua en Asunción. Alrededor, parece que estuvieran atentos al relato 5 loros que cada tanto lanzan unos chiflidos como buscando llamar la atención de la entrevistadora.

Juan, el gato, se coloca para escuchar y la mujer cuenta que ha perdido la cuenta de las veces que “sintió” el milagro de la Virgen. Algunas anécdotas de niña tuvieron sentido con los años: “Clefira Encino era una mujer a la que mi familia le tenía mucho cariño y de niña me cuidó. Entonces, por años, fue la que le hacía el vestido a la virgen. Un día vino y contó lo difícil que era hacer la medida exacta, fue entonces, que yo dije: “Si yo le mido, le va a quedar perfecto” y recuerdo que mi madre me recriminó: '¡Vos, mitakuña´i, ¿qué estás diciendo de la virgen?,¡ váyase a rezar un padre nuestro ahora y arrepiéntase!'”.

Años después, ya de grande, a Tuntun le volvería el recuerdo de esta anécdota. En mayo de 1968 era el mes de María y su madre era de acudir a Caacupé en esas fechas “religiosamente”. Tocaba el día de ir a Caacupé, pero la madre de Tuntun amaneció indispuesta y le dijo que fuera ella. Ella no quería ir. “En vez de quedarme a dormir”- se dijo.

Pero su madre le insistió y entonces se convenció de viajar, no sin antes dar muchas vueltas y vueltas en la casa. Cuando llegó a las cercanías de la iglesia, escuchó retumbante la canción que se acostumbra a cantar al final de la misa central: “Es tu pueblo, virgen pura…” Tuntun pensó que la misa había terminado y se sintió verdaderamente arrepentida. Cerró los ojos y recordó todas las veces que había rezongado a su madre y las veces que hizo cosas con mala gana, como esta, de ir a visitar a la santa patrona del Paraguay.

“Era la virgen, que hacía que yo me arrepienta. Llegué a la iglesia y no había ni un alma todavía. Entonces, yo era de esas personas que no podía rezar si no podía concentrarme. Entraba y salía a la iglesia, iba al ycuá y volvía”- expresa y suspira.

La sospecha

En ese entonces, las monjas que se encargaban del lugar se encontraban con la máxima atención en esos días ya que hacía unas semanas habían intentado robar la valorada imagen. Para ellas, Tuntun tenía un comportamiento extraño. Pensaron que ella era una “campana” para los ladrones que ese año ya habían intentado robar a la virgen llena de oro y rubíes. Los religiosos murmuraban y se habían dispuesto entre todos a observar a la mujer que entraba y salía del oratorio. “Ni un segundo de descuido para la virgen”, ordenó el párroco en una reunión de emergencia. En un momento, una de las monjas intentó sacarle información y según recuerda Tuntun, le dijo:

-“Muchos vienen aquí con doble intención. El otro día vino una señora a dejar una sombrilla y le robaron”.

 Ella, sin percatarse de lo que “de segunda” intentaba decir la monja, le respondió:

- “¿Y para qué la gente viene a la iglesia si va a robar?”.

- “Y ya ve, estamos de todo en la viña del señor”, murmuró la religiosa.

En un momento, Tuntun logró concentrarse, rezó y luego abrió los ojos y se fijó en el cabello de la imagen frente a la que se encontraba de rodillas. “Cerraba los ojos y veía el cabello lacio, cerraba los ojos y abría otra vez, y era enrulado. Y así estuve largo rato. Era el milagro de la virgen y entonces, me acerqué a intentar tocarle la cabellera”-relata. Un ejército de monjas, curas, guardias rodearon a Tuntun en segundos.

-“¿Qué quiere usted?”- le interrogaron. 

-“Yo sólo quiero hacerle una peluca a la virgen”- dijo Tuntun.

-“Esto es un milagro”- dijo la madre superiora de las monjas que se encargaban de arreglar a la virgen.

Tuntun recuerda que la monja mandamás le había contado que pidió “el milagro” para que apareciera alguien capaz de arreglarle el cabello a la virgen, ya que la imagen lucía oro, rubíes y piedras preciosas, pero lo tenía muy desarreglado. Así, Tuntun, de ser una sospechosa, pasaba a ser una persona cuya colaboración para las fiestas de diciembre era fundamental.

Dos veces al año

“Antes, yo iba y le cambiaba el cabello dos veces por año o más, de acuerdo a mis capacidades”, cuenta la mujer. Pero los años pasaron y pese a los milagros, cada vez le cuesta más movilizarse. Para Tuntun no se trata del simple paso de los años. “Es que ella está enojada conmigo y yo sé por qué. Ella me dijo en sueños que este año no iría con ella”, refiere.

Tuntun cree que su pecado es haber enseñado la técnica para hacer el cabello de la virgen a personas que luego comerciarían con la imagen. “Primero, me pidieron hacer cabellos para una imagen que supuestamente era para una familia, pero la virgen se me mostró en sueño y me dijo: “Mi cabello, no”. Yo expliqué mis razones para quienes me hicieron el pedido, pero me enviaron a su empleada para que le enseñe. El demonio es grande, porque no le hice caso a mi sueño y no pude negarme a enseñar. Enseñé cómo se hace el cabello a gente que comercia con la imagen. Eso no le gustó”, dice Tuntun, mientras cierra los ojos y se ríe.

Tuntun aprendió el arte de hacer peluquines de cabello natural en los años 60 cuando las pelucas eran la novedad del momento. Un joven brasileño le enseñó. Este muchacho compraba los cabellos a 2 mil guaraníes y lo llevaba al Brasil, donde el tráfico de cabello era equivalente a lo que hoy es el tráfico de drogas. Era considerado casi como el tráfico de órgano.

Una persona que traficaba con cabello podría estar en la cárcel diez años. El joven dejó esta actividad cuando un día la policía encontró los cabellos que llevaba. Tuntun quedó desempleada pero con el conocimiento de las técnicas. Fue así que ganó mucho dinero haciendo peluquines por pedidos incluso para el exterior. “Venían gente de Europa a mandar a hacerme sus pelucas, porque mis trabajos eran artesanales y los hacía de tal manera que en ese entonces, era una novedad”, recuerda.

Este año, Tuntun trabaja en una nueva peluca para la virgen, pero aún no sabe si logrará terminar para el 8 de diciembre. De todas formas, le trajeron una de las pelucas para que ella le mande arreglar.

-¿Usted no tiene familia, doña Tuntun?- pregunta la entrevistadora.

-No, no tengo.

-¿Por qué?

-Porque la Virgen seguramente lo quiso así. Si no, no me iba a dedicar a ella como lo hice todos estos años.

En la puerta de su casa todos los días hay comida para las palomas que se revolotean ante la llegada de alguien. En el patio, la ganza y el cisne “mazuka” esperan por sus lechugas; mientras los gatos “Juan” y “Bigote” se estiran y los cinco loros hacen ruidos. Por la luz y los detalles de atar los mechones de cabello prolijamente cada uno, Tuntun acostumbra a salir a trabajar con el cabello en la vereda de su casa, sobre la calle herrera, pero ahora tiene miedo de los ladrones.

“Me robaron dos veces en los últimos tiempos. Pero no quiero estar en los zapatos de esos ladrones que se atrevieron a robar el cabello para la virgen y el perfume”, cuenta.

-¿El perfume?

-Sí, la virgen se perfuma con Very Irresistible de Carolina Herrera.

Además del cabello, Tuntun se encargaba de que la imagen de la virgen destilara la mejor fragancia. “En los primeros tiempos usaba el perfume Baile de Versalles y después, le cambiamos por Bond Strett de Yardley. Después no vino más, mandé a buscar con los importadores, pero no vino más. Entonces, le cambiamos por Carolina Herrera. Una vez me enteré que Juan Carlos Wasmosy usaba Carolina Herrera y le mandé pedir el perfume, pero nunca me envió”, cuenta la mujer.

Tuntun se jacta de que pese a los años no tenga que usar anteojos y de su capacidad de trabajar aun los detalles de una peluca. Sus manos lucen unas pintauñas ajada en color rojo. En las paredes viejas cuelgan fotografías antiguas que rememoran tiempos mejores.

-“¿En qué diario lo que va a salir?, contame pues otra vez”- pregunta ella.

-“En internet, Ña tuntún. Paraguay.com se llama la página. Voy a imprimir la nota y voy a traerte”-promete la entrevistadora.

-“Venike. Si no escucho el timbre, tócame la puerta”.

Al cerrarse la puerta, la entrevistadora piensa en Gabriel García Márquez. “Tuntun es como un personaje salido de una novela del Gabo”- se reporta la reportera a su jefe. “Lo difícil es rescatar la riqueza de una persona como Tuntun en un relato si no se escribe como él”, reflexiona mientras busca el punto final en el teclado de su computadora.

FUENTE:  Paraguay.com

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